Un Jardin de Memorias
Querida alma que guarda más de lo que se ve,
En el eco de nuestros recuerdos, donde habita el amor que compartimos con quienes ya no están, florece un jardín de memorias.
A veces, ese jardín trae la nostalgia de lo no dicho, el deseo imposible de un último abrazo, una última palabra.
Pero también nos revela algo más: que la vida es un suspiro, un soplo breve… y que lo verdaderamente eterno es el amor que se queda latiendo en el alma.
La semana pasada, hablamos de identidad, de cargar demasiado, de soltar ciclos.
Hoy, sentimos ese anhelo profundo por lo que no fue, por lo que dolió en silencio, por las palabras que nunca llegaron a decirse. Y
2 a veces, ese silencio viene acompañado de una creencia antigua: que llorar es señal de debilidad.
Que hay que ser fuerte, ser hombre, ser piedra. Pero el alma no entiende de etiquetas. Cuando duele, llora.
Y en cada lágrima—sea visible o escondida—vive el testimonio de un amor inmenso, y de una pérdida que no cabe en palabras.
Si alguna vez pensaste que mostrar tu dolor era fallar, hoy te invito a ver esas lágrimas como ríos que limpian, como puentes que te devuelven a ti mismo.
En el susurro de cada sollozo hay una fuerza antigua, una valentía que no grita, pero sostiene.
Y si alguien juzga tu forma de sanar, tu manera de seguir adelante, recuerda: quien no ha caminado con tus pasos no puede entender tu camino.
No respondas desde la herida. Respóndete a ti mismo con compasión, y sigue viviendo como tu dolor te guía—no es rendirse, es reconstruirte.
Hoy, no venimos a olvidar. Venimos a mirar de frente, a poner flores sobre lo que fue, y a dejar que el viento se lleve lo que ya no necesitamos. Porque sanar no es dejar de sentir.
Es seguir caminando con el corazón en la mano y los pies firmes en la tierra. Es darte permiso de creer en ti otra vez.
Gracias por seguir aquí. Gracias por caminar, incluso cuando no sabes a dónde lleva el camino.
Con todo el respeto que merece tu duelo,
Un espacio que te abraza.