
El eco de la infancia y el valor a recordar.
El eco de la infancia y el valor de recordar.
Semana nueve… dentro de unos días este grupo cerrará su ciclo, pero eso no quiere decir que dejaremos de hablarnos, de recordarnos, o de sanar. A lo largo de este camino hemos compartido notas llenas de dolor, desesperación, falta de apoyo, críticas de otros… pero también hemos compartido fuerza, momentos íntimos, y el profundo amor por quienes ya no están físicamente con nosotros.
Y ahora, te pregunto:
¿Qué sentiste al ver la silla vacía?
¿Pudiste imaginar a tu ser amado?
Los objetos que colocamos se convirtieron en voces. Una voz habló de los zapatos que le entregaron en el hospital… del tiempo que pasaba y del reloj, que se convirtió en su enemigo número uno. Porque quizás —solo quizás— un poco más de tiempo nos hubiera regalado unos minutos más… o unos años más contigo.
Otra voz reconoció que incluso el pasaporte la traicionó. Y el tiempo se apresuró, se volvió cómplice de la pérdida. Tú te fuiste de sus brazos… y a su pequeño le robaron las alegrías de crecer contigo.
¿Quién le va a enseñar a andar en bicicleta?
Tantas preguntas siguen apareciendo… pero hoy aprendemos algo nuevo: el tiempo, si aprendemos a habitarlo con gratitud, puede convertirse en nuestro mejor amigo.
Aprender a disfrutar lo que nos rodea —los platos sucios, la ropa, las cosas pequeñas que a veces ignoramos— puede ser el inicio de una vida más presente. Una vida donde agradecemos lo que tenemos. Una vida donde tú, poco a poco, te conviertes en la persona más alegre de tu historia.
Otra voz agradeció por el amor que existió —y que sigue existiendo— en otro país, en otra vida compartida. Nos habló de su padre, de esa historia que nos dio nervios… cuando manejó bajo una tormenta de nieve.
Son esas historias —las que no se dijeron en vida— las que hoy nos arrancan una sonrisa… y quizás, una lágrima que rueda suavemente por la mejilla.
Los consejos que nunca llegaron. El dolor que no se dijo. El “te quiero” que no se escuchó a tiempo.
Y ese dolor… no es solo emocional. Duele más que una herida en la piel. Se carga como una piedra silenciosa en el corazón.
Pero hoy, esa silla vacía nos regaló valor. El valor de abrir el baúl emocional. De dejar salir las lágrimas. De cuestionar lo que creímos que debía guardarse.
También hablamos del hombre que "no debe llorar". Del que siempre debe ser fuerte. Pero ¿cómo no llorar cuando se le ha entregado todo el peso? ¿Cómo no llorar si su paso se ha vuelto lento… por el dolor que arrastra por dentro?
Desde hoy, practicaremos otra verdad: expresar lo que sentimos es una forma de sanar. De liberar. De transformar la rabia, el dolor o la angustia… en algo más amable.
Y ahora, te dejo con una última reflexión:
¿Alguna vez has pensado que el dolor que cargas… viene de tu infancia?
¿Que ese abandono que sentiste, lo conociste siendo niña o niño?
¿Que esa culpa de no haber dicho todo… ya la habías sentido antes, cuando aún no tenías palabras?
Te invito a que mires hacia atrás. No para quedarte ahí… sino para entenderte mejor. Quizás, si escuchas a tu niño interior… encuentres -respuestas a muchas de las angustias que hoy llevas en el corazón.
Con todo el respeto que merece tu duelo, un espacio que te abraza.

"Donde hubo lágrimas…”
Una nota para tu sanación: "Donde hubo lágrimas…”
La semana pasada plantamos una semilla.
Una pequeña promesa de vida,
un símbolo de lo que florece dentro de nosotras y nosotros
después de la tormenta.
Y en ese círculo sagrado de palabras,
brotaron voces con raíces profundas:
la voz que nombró su transformación,
la que revive con esperanza,
la que elige llevar a su ser querido como luz interna,
como canción que no se olvida.
Escuchamos el dolor de tomar decisiones sin quien amamos,
porque su presencia vive en nuestra piel,
como el aire que no se ve, pero se necesita.
Las lágrimas hablaron del Día del Padre,
de la ausencia que pesa y de los recuerdos que aún duelen.
Una voz confesó que se olvidó de nombrar a su propio padre,
como si el olvido fuera una traición silenciosa del alma.
Y desde lo más profundo del corazón, emergió esta verdad:
“Padre, no te he olvidado…
simplemente el dolor y la culpa me cegaron,
y no te había nombrado.
Pero ahora estoy encontrando mi luz,
mi fuerza…
y eres tú quien me guía a encontrarla.”
Otra compartió la batalla familiar en torno a un adiós,
cuando lo que él o ella pidió no fue respetado.
Surgieron juicios, críticas,
pero también amor, mucho amor.
El tipo de amor que duele porque es real.
Alguien dijo que no se puede dar lo que no se tiene:
tiempo, presencia, palabras.
Y muchos de ustedes se sintieron como niñas/niños perdidos,
esperando que alguien toque la puerta
Y devuelva la guía.
Pero también hubo reconocimiento.
Pequeños destellos de la persona que fuiste,
que aún está ahí, buscándose de nuevo.
Una voz recordó a su madre tal como ella era,
una versión que sus hermanos jamás conocieron.
Otra compartió que su cuerpo está luchando,
y con humildad, pidió guía…
para ella, para su esposo, para lo que vendrá.
Y así, entre lágrimas, raíces y memorias,
estas voces están volviendo a ser.
Encontrándose en medio de la niebla.
Están creciendo, juntas y solas a la vez,
como semillas que no sabían que podían florecer.
Esta semana, te invitamos a imaginar una carta de tu ser querido.
¿Qué te escribiría? ¿Qué te diría si pudiera estar aquí ahora?
Tal vez… te diría algo como esto:
“Estoy a tu lado, y lo único que deseo…
es verte sonreír otra vez.”
No estás solo/sola. Con respeto, un espacio que te abraza.